El mundo está lleno de personas que lo saben todo sobre una determinada cosa, menos hacerla. Hablar de cosas interesantes, actitudes o metodologías determinadas, está muy bien, pero demasiado a menudo se hace desde la teoría, sin que el comunicador haya experimentado realmente los conceptos que desarrolla. Y el público asistente a una conferencia quiere reflexiones vividas, que le inspiren, que le provoquen y que le hagan pasar un rato agradable, útil y singular. Si quieren fórmulas, datos o teorías, ya lo encontraran en las escuelas, en los libros o en internet.
Por ello cada vez son más valoradas las conferencias inspiradas en hechos reales, en experiencias intensas, o en circunstancias especiales de los protagonistas. Son más emotivas, más divertidas, más ejemplarizantes y, sobre todo, más creíbles.
Si explico los resultados de un estudio sobre cómo gestionan los riesgos los 200 mejores directivos de Estados Unidos, aportaré datos interesantes, y el auditorio saldrá de la charla más informado. Pero si explico cómo afronté solo el paso de unas grietas enormes en el Polo Sur, o como sobrevivimos en el descenso del Everest con un compañero al límite de un edema cerebral, el público entenderá qué es gestionar el riesgo, lo incorporará a sus emociones, y asimilará el ejemplo al concepto, aplicándolo a su propia actitud.
Usar ejemplos de mis aventuras me sirve como metáfora para poder compartir conceptos muy potentes y prácticos sobre algunos factores clave de la vida personal o profesional de la audiencia, en actitudes de liderazgo, gestión del cambio y la incertidumbre, motivación y superación hacia el objetivo, trabajo en equipo, o enfoque del futuro.
Estamos saturados de información, y tiene mucho valor invertir un rato de atención plena a un ponente; por ello los que nos dedicamos a esto, tenemos una gran responsabilidad con el público y con los que nos contratan. El objetivo de un conferenciante, más que informar o entretener, debería ser siempre impactar.
Este artículo es parte de un reportaje publicado ayer 23 de marzo de 2014 en la edición impresa de La Vanguardia, sobre el nuevo perfil de los conferenciantes.
Sin duda, este artículo breve y conciso, refleja la poca teoría que hace falta para la aplicación práctica. No son muchos los conferenciates que despierten y, lo que es más difícil, mantengan la atención de la audiencia. Pero además Albert lo hace con tanta pasión, que es imposible desviar la atención un sólo minuto. Cuando lo escuchas, ya no importa el tiempo. Seguirias escuchando y observando su expressión cuando explica sus experiencias, mas y mas.
Totalment d’acord.
Comunicar des de les sensacions és sinónim d’èxit i d’interrelació amb l’auditori. Quan expliques des de la por, l’alegria i la passió qualsevol persona pot relacionar-ho amb experiències pròpies.
La teoria sense l’experiència de viure serveix de poc.
Tienes toda la razón, los conferenciantes tenéis una gran responsabilidad. También la tienen los organizadores de eventos.
Quienes asistimos como oyentes, hacemos grandes esfuerzos por tener un tiempo extra y a veces no compensa.
Pero escucharte a ti siempre es divertido y enriquecedor!
Abrazo.